Armanda García
María Levy
Pablo Revilla
No despiertes
Harvey caminaba tarde sobre las calles de Dallas,
Texas. Había salido tarde de una reunión y, como ya era tradición, todos los días
pasaba por la misma cafetería para comprar el doble expreso cortado al que se
había acostumbrado a tomar todas las noches desde la universidad después de una
salida; al llegar, notó cómo el lugar ya estaba cerrado, Harvey pensó “Sí tan
sólo no hubiéramos seguido discutiendo otras dos horas del mismo tema, tal vez habría llegado por mi café".
Lo bueno es que vivía a sólo unas cuadras de
ahí y llegaría pronto a su hogar, West
End 15, piso 6, departamento B. Subiendo las escaleras vio cómo la puerta del
departamento D estaba entreabierta. Jamás había percibido algo extraño, sabía
que meses atrás habían ocupado el departamento, pero en realidad no había
movimiento.
Se oían múltiples voces saliendo por la puerta
de la entrada, se acercó un poco para tratar de oír de qué hablaban, cuando de
pronto notó la puerta entreabierta, la empujo un poco para descubrir
lo que le esperaba pasando adentro.
-¡Contraseña!- dijo una voz desde el interior.
-¿Pay de manzana?- contestó Harvey, sin pensar.
-Adelante.
Alrededor de una mesa de centro estaban
reunidas cerca de una docena de personas; mujeres y hombres. Todos estaban vestidos de
manera muy peculiar, discutiendo y fumando puros. El cuarto parecía algo así
como un cabaret.
-Ya está el plan. Pasará en su auto por la
plaza Dealey a las 18:30 p.m. en punto; a esa hora, el elegido tendrá que
disparar- decía un hombre que ser el líder de la reunión.
-Perdón pero, ¿De qué hablan?- Le preguntó Harvey a una señora que estaba a su lado y esta lo ignoró.
-Sigamos la costumbre- dijo una voz -la persona
más nueva del grupo será aquélla que apretará el gatillo.
En ese momento todas las miradas se dirigieron a
Harvey.
Incapaz de articular, Harvey se quedó congelado
mientras los presentes lo presionaban cada vez más.
-Hey, ¡Hey!- una voz al fondo se empezaba a
escuchar.
Desesperado, empezó a buscar a la persona en el cuarto que le gritaba, mientras la voz se iba haciendo más ruidosa y más aguda. -¡Harvey! ¡Hey!- y todo empezaba a esfumarse.
-¡Hey, John!- la cara de su mujer estaba a
centímetros de la suya.
-¿Qué pasó?- dijo John.
-Otra de tus pesadillas- dijo la esposa –déjalo
ir, hoy tienes que dar un importante discurso en Dallas, Presidente Kennedy- mientras abría las persianas del cuarto.
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