lunes, 26 de septiembre de 2016

                                                             Armanda García
María Levy
Pablo Revilla


       No despiertes

Harvey caminaba tarde sobre las calles de Dallas, Texas. Había salido tarde de una reunión y, como ya era tradición, todos los días pasaba por la misma cafetería para comprar el doble expreso cortado al que se había acostumbrado a tomar todas las noches desde la universidad después de una salida; al llegar, notó cómo el lugar ya estaba cerrado, Harvey pensó “Sí tan sólo no hubiéramos seguido discutiendo otras dos horas del mismo tema, tal vez habría llegado por mi café".

Lo bueno es que vivía a sólo unas cuadras de ahí y llegaría pronto a su hogar, West End 15, piso 6, departamento B. Subiendo las escaleras vio cómo la puerta del departamento D estaba entreabierta. Jamás había percibido algo extraño, sabía que meses atrás habían ocupado el departamento, pero en realidad no había movimiento.

Se oían múltiples voces saliendo por la puerta de la entrada, se acercó un poco para tratar de oír de qué hablaban, cuando de pronto notó la puerta entreabierta, la empujo un poco para descubrir lo que le esperaba pasando adentro.

-¡Contraseña!- dijo una voz desde el interior.
-¿Pay de manzana?- contestó Harvey, sin pensar.
-Adelante.

Alrededor de una mesa de centro estaban reunidas cerca de una docena de personas; mujeres y hombres. Todos estaban vestidos de manera muy peculiar, discutiendo y fumando puros. El cuarto parecía algo así como un cabaret.

-Ya está el plan. Pasará en su auto por la plaza Dealey a las 18:30 p.m. en punto; a esa hora, el elegido tendrá que disparar- decía un hombre que  ser el líder de la reunión.
-Perdón pero, ¿De qué hablan?- Le preguntó Harvey a una señora que estaba a su lado y esta lo ignoró.
-Sigamos la costumbre- dijo una voz -la persona más nueva del grupo será aquélla que apretará el gatillo.

En ese momento todas las miradas se dirigieron a Harvey.

Incapaz de articular, Harvey se quedó congelado mientras los presentes lo presionaban cada vez más.

-Hey, ¡Hey!- una voz al fondo se empezaba a escuchar.
Desesperado, empezó a buscar a la persona en el cuarto que le gritaba, mientras la voz se iba haciendo más ruidosa y más aguda. -¡Harvey! ¡Hey!- y todo empezaba a esfumarse.

-¡Hey, John!- la cara de su mujer estaba a centímetros de la suya.

-¿Qué pasó?- dijo John.

-Otra de tus pesadillas- dijo la esposa –déjalo ir, hoy tienes que dar un importante discurso en Dallas, Presidente Kennedy-  mientras abría las persianas del cuarto.

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