Ana Hernández Villalobos
El Palacio-Hospital de Asterión
No soy humano, pues rechazo ser tratado como tal. No tengo emociones y carezco de conciencia sobre lo que es correcto y ético y lo que no. Soy un prisionero dentro de este asilo que es mi hogar desde que tengo memoria.
Conozco sus 196 puertas de cada uno de los 14 pisos. Cada puerta tiene su propia cerradura, que tienen como propósito mantenerme encerrado dentro de este hospital, por la seguridad de los ciudadanos normales…es decir, aburridos e idiotas. Pero me subestiman, los que plantaron esas cerraduras, pues basta con uno de los clavos que pretenden evitar la desintegración del marco de mi cama para abrir todas y cada una de las 196 puertas. Lo que realmente me encierra no se puede ver ni tocar…no es algo que existe físicamente. Solo hay una cosa que realmente me encierra: el otro Asterión. Él no nació como todos nacemos: no lo trajo una cigüeña y lo dejó en una cuna. El nació en mi cabeza, como una voz. Después, se convirtió en un fantasma que, sin que yo pudiera controlarlo, se apoderaba de mi cuerpo y me volvía otra persona. Era yo, pero con una personalidad alterna a la mía, pues el otro Asterión es como yo pero opuesto a mí. Cuando el otro Asterión se apoderaba de mi cuerpo como lo hacen los fantasmas, me encerraba a mí, al verdadero Asterión, dentro de mi propia cabeza. Ahora, el otro Asterión tiene aún más fuerza, y ya no es solo un fantasma invisible que se pasa de mi cráneo a mi cuerpo entero; adquiere forma física propia, masa propia. En las noches, cuando yo estoy en mi cama, con brazos y piernas amarrados a las esquinas como de costumbre para evitar ‘hacerme daño’, el otro Asterión se materializa sentado en la silla de la esquina. Me tortura con preguntas que intento reprimir desde que tengo reminiscencia, me martiriza con recuerdos de mi pasado que llevo eternidades deseando olvidar, y se burla de mí con el mismo humor negro, voz fría e insensible que yo utilizo con todo aquel que se me acerca. El otro Asterión es como ser golpeado por mi propio puño, y eso me paraliza de miedo, me encierra en un estado de vergüenza y me inhabilita toda función cerebral para pensar y detener tal tortura. El otro Asterión si es una cerradura…una cerradura mental.
Antes de ser internado dentro de este palacio, yo intentaba ambular las calles como un humano corriente. Pero la gente oraba, huía, al notar mi presencia, pues, ya dije antes, que no soy humano. Todos están equivocados. No comprenden que mi intención era purificar las calles de la ignorancia que las rige, la falta de cultura por la que estos humanos están ciegos. Yo tengo el poder de la visión y sé quiénes valen la pena que permanezcan en el mundo y quiénes no. Pero lo único que conseguí fue la etiqueta de ‘psicópata’, y la sentencia en mi palacio-hospital “hasta dejar de ser peligroso hacia mí mismo y hacia los demás”, según ellos.
¡Ah! Ellos… Verán, al ser el único internado dentro de este palacio-hospital…o el único que no está en estado de vegetal por exceso de terapia electro convulsiva, la soledad se vuelve abrumante. Aun cuando estoy con el otro Asterión me siento solo, si es que eso tiene sentido. Por eso, los días que más me agradan de la vida en mi hogar, único, en esencia son los martes. Los martes, un total de nueve humanos arrugados, mayoritariamente calvos pero con algo de pelo gris, panzones, con lentes, plumas y libretas llegan a mi hogar. Sus llaves se oyen desde kilómetros y sus pasos crean ecos que incrementan en intensidad conforme se acercan a mi puerta. Es muy interesante, cuando vienen. Nunca me acuerdo cuál es su propósito aquí, en mi hogar. Llegan y me saludan de muy buena gana y son tan…sonrientes… que creo que intentan ser mis amigos, ganarse mi confianza. No me agradan tampoco me desagradan. Creo que incluso disfruto de su compañía. Siempre me preguntan mi estado de ánimo. Lo que pienso. En ocasiones, me han pedido que dibuje algunas cosas en específico. Otras veces, me han enseñado fotografías o imágenes. No entiendo nada pero lo encuentro interesante y es una buena distracción. Al final, me dan premios; lo mejor de la semana. A veces son circulitos blancos, a veces son unos pequeños óvalos, la mitad de un color, la mitad de otro. Incluso, me ponen una máscara y me hacen respirar un humo que huele muy…no recuerdo como huele el humo, o unos clavos largos que me insertan dentro de las líneas azul-aqua que recorren mis brazos. Lo genial de estos premios no es la apariencia de los mismos, o el sabor… es lo que me hacen. Cuando me dan esas cosas, logro sentir…emociones, sentimientos…me siento… ¿humano?…Algunas me hacen ser tan feliz, y otras me hacen llorar incontrolablemente. Otras simplemente no recuerdo que me hacen, no sé la causa, y otras solo me ayudan a dormir sin que el otro Asterión venga a torturarme.
Uno de los nueve humanos una vez regresó sin el grupo a recoger la pluma que se le había olvidado dentro de mi habitación. Y me preguntó si alguna vez había sentido amor. El humano me contó que estaba enamorado, y yo no comprendí, pero me dijo que algún día yo sentiría amor y me liberarían de mi palacio-hospital. Ojalá un martes me den un premio que me haga sentir amor…
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